“En la celda del
fondo hay un hombre que no sabe que se ha vuelto loco”
Así
comienza Te regalaré el mundo, la primera novela de la
periodista Marta Fernández, una de las novedades literarias de este
2014 al que tan poco le queda. A lo largo de sus 400 páginas, la
autora nos sumerge en un mundo en el que se mezcla el pasado con el
presente, la realidad con la ficción, y todo ello envuelto en una
atmósfera de sabiduría, curiosidad, tristeza y dolor, mucho dolor.
Estamos
en el siglo XVIII y el profesor Rossum lleva seis años encerrado en
un manicomio. En su momento fue un científico respetado, incluso la
reina María Ana de Austria le había encomendado la educación del
heredero al trono de Portugal. No es consciente ni del tiempo que
lleva allí ni de dónde está realmente, no es consciente ni de su
propia realidad. Tal vez, después de pasar tanto tiempo rodeado de
locos se haya vuelto loco él también.
Enviado
por João V de Portugal a
la corte española para cuidar de que su hija, Bárbara de Braganza,
no fuera menospreciada por la madre de su prometido, la férrea
Isabel de Farnesio, vive durante años con su esposa Constanza, una
talentosa soprano y su hija Celeste, hasta que ésta muere por un
problema de corazón incurable. Es tal el dolor que siente Héctor
Rossum tras la muerte de su hija que toma la decisión de convertirse
en una especie de dios con la capacidad de crear un mundo nuevo donde
la esencia de su pequeña no desaparezca por completo. Quizás así
pueda sobrellevar tanto dolor.
Pero
ésta no es una historia real, es la novela de Leo Brock, un joven
periodista que trabaja en la sección de cultura de la revista El
Globo. Trabaja bajo las órdenes de Arnau, a quien considera su
mentor, su guía y ese padre que nunca tuvo.
Esto
hace que nos encontremos ante una novela magistralmente dividida en
dos, una historia con su propia intrahistoria donde los personajes se
complementan a la perfección. Mientras
en la historia actual es Leo el protagonista, el niño abandonado y
parece que olvidado por su padre, en su propia novela el protagonista
es Rossum, que cumple ese papel de padre que a él le faltó,
cerrando así un círculo de “familia perfecta”, supliendo la
presencia de un padre por una personalidad y un amor que él mismo
puede narrar, puede elegir.
Te
regalaré el mundo se presenta como la vida de un escritor en el
sentido más estricto. Es de sobra conocido que cuando alguien
escribe siempre deja parte de sí mismo en sus palabras, como si
cediendo sus sentimientos a un personaje ficticio pudiera decir lo
que nunca se atrevió a decir, pudiera mostrarse tal y como es sin
miedo a que nadie lo juzgue por sentir o no sentir, por pensar o no
hacerlo. Pero en este caso la novela va más allá, no sólo podemos
encontrar multitud de referencias de la vida profesional de la autora
en el personaje de Leo, sino que es el propio Leo el que dentro de la
novela está narrando una historia donde los personajes revelan sus
más profundos sentimientos, donde un joven heredero al trono de
Portugal convive con la cuasi ausencia de un padre megalómano, una
ausencia que sólo el profesor Rossum, con su paciencia y cariño, es
capaz de subsanar. Por su parte, Arnau es el Rossum de Leo ante la
ausencia de un Fritz más preocupado por la física nuclear que por
su propia familia.
Debido
a esta estructura basada en un historia donde un personaje escribe
otra historia de la que se nos hace partícipes, es evidente que hay
un cambio de narrador. Mientras la historia de Leo está contada en
primera persona donde tan sólo conocemos sus pensamientos y
sentimientos y las acciones observables de los demás personajes, los
protagonistas del siglo XVIII nos los presenta un narrador
omnisciente capaz de entrar en su mente.
La
novela puede considerarse en sí misma, además, una alusión a la
profesión de la autora. En ella se desgranan los entresijos de una
profesión en ocasiones poco reconocida, como cuando se está
empezando, lo que cuesta ver tu nombre escrito bajo el título de un
reportaje, etc. Personalmente hay aspectos que la autora toma en
consideración que pueden ser fácilmente reconocibles en el mundo
actual, concretamente en la televisión actual, donde parece estar de
moda que los directores de periódicos salgan exponiendo datos y más
datos sobre estafas, engaños y corrupciones poniéndose a sí mismos
en evidencia cuando no son capaces de salir de un discurso aprendido
y quien sabe si preparado por alguien ajeno.
En el
plano más humano, Te regalaré el mundo habla de la pérdida,
de la ausencia que sobreviene a la muerte o desaparición de un ser
querido, del dolor que produce no volver a alguien a quien se ha
querido tanto, a un padre, a un hijo. Muchas veces se dice que el
amor mueve montañas, pero el amor amparado en el dolor es aún más
poderoso si cabe, por eso cada persona busca su manera de deshacerse
de tanto sufrimiento, de tanta nostalgia. En este caso, los
protagonistas deciden inventarse un mundo paralelo a su vida real,
Leo escribiendo una novela y el protagonista de ésta intentando
revivir el alma de su hija.
A lo largo de sus
páginas, Marta Fernández nos ofrece una narración muy cuidada,
llena de matices y detalles, llena de adjetivos que acompañan
perfectamente a los sustantivos, como si las piezas de un puzzle
encajasen. Todo esto hace que el ritmo narrativo sea muy ágil, que
una frase te lleve a otra con la facilidad de leer un ensayo.
Finalmente, hay dos
aspectos que me han parecido curiosos y que, sin tener una relación
directa con la narración, le aportan una elegancia y exposición
difíciles de conseguir. Por una parte, son características las
alusiones casi constantes a figuras culturales, ya sea de la
literatura, del cine o del baile como puede ser la conocidísima
Alicia de Lewis Carroll, Sally Bowles bailando y cantando con su
bombín ladeado o Zsa-Zsa Gabor. Y por otra, la clara alusión que se
hace a la prosopagnosia, una enfermedad que la autora ha declarado
abiertamente tener y que consiste en la imposibilidad de reconocer
las caras, estableciendo así la manera más clara y directa de
presentarse ante los lectores.
No me gustaría acabar
esta reseña sin decir que, en líneas generales, hay un cierto tinte
futurista velado por una caracterización entre los siglos XVIII y
XXI que se asocia con las grandes investigaciones científicas que
desde hace décadas han querido desarrollar la idea del alma y la
vida inmortal. A mi entender, el final no es en absoluto predecible y
en él se conjugan todos los sentimientos que han ido aflorando paso
a paso en los personajes en una vorágine de palabras y recuerdos que
saltan de la historia real a la ficticia con la facilidad de quien se
sabe leyendo su propia historia. Se trata de un magnífico final en
el que la autora propone una serie de incógnitas acerca de la
esencia de nuestro propio ser, de nuestra alma.
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