A los 16 años, buscando
algo qué leer, descubrí en casa de mis abuelos un
libro titulado “El clan del oso cavernario” (1980). No
tenía ninguna referencia acerca de él más allá de una lista llena
de títulos que nos había pasado la profesora de Filosofía, pero
recuerdo que por aquel entonces me decidí por “La historia
interminable”.
El libro tenía ya unos
cuantos años, la sobrecubierta estaba arrugada y desgastada en las
esquinas y en ningún momento pensé que aquella novela, con los
años, acabaría convirtiéndose en una de mis favoritas. Recuerdo
que la trama y el ritmo de la narración me engancharon desde el
primer momento, tanto que me llevó a seguir leyendo sus secuelas:
“El valle de los caballos” (1982), “Los cazadores de mamuts” (1985) y “Las
llanuras del tránsito” (1990). Un par de años más tarde se publicó el
quinto libro que por supuesto compré y empecé a leer, pero por
algún motivo acabé dejándolo, lo encontraba un poco repetitivo en
ciertos puntos y no terminó de gustarme.
Hace aproximadamente mes
y medio decidí acabar lo que un día había empezado y un jueves por
la noche empecé a leer “Los refugios de piedra” (2002). Tengo que
reconocer que pasados unos meses mi memoria es capaz de borrar por
completo tramas y personajes, por lo que me encontré con relaciones
familiares, nombres y anécdotas que recordaba muy vagamente, si las
recordaba. Por eso tomé la decisión de volver al principio y releer
aquellas novelas que tanto me habían gustado, a las que habría que
sumar el último título: “La tierra de las cuevas pintadas” (2011).
Cerca de 5000 páginas
después siento un vacío y cierta nostalgia a la que le gustaría
alimentarse de otras 5000 páginas más.
Siempre me ha gustado la
Historia y la Prehistoria es, sin duda, la etapa que más me llama la
atención. Tratar de reconstruir cómo ha vivido y evolucionado el
ser humano tanto biológica como tecnológicamente hace tantos miles
de años me parece una labor más que interesante aunque
complicadísima ya que, al fin y al cabo, se trata de explicar cómo
hemos llegado a ser lo que somos. En este sentido, la saga “Los
hijos de la Tierra” trata de enmarcar en sus seis libros ciertos
avances y descubrimientos concretos de nuestros antepasados a través
de sus protagonistas, quienes hacen frente a un mundo marcado por
condiciones climáticas y de supervivencia extremas.
Pero empecemos por el
principio.
Con apenas cinco años
Ayla, una niña cromagnon, se encuentra sola y perdida en un mundo
desconocido. Un gran terremoto ha provocado la muerte de las personas
con las que vivía y ha dado lugar a bruscos cambios en el paisaje.
Tras varios días tratando de sobrevivir es encontrada por Iza, una
mujer perteneciente al Clan, un grupo de Neandertales que también ha
sufrido las consecuencias del seísmo. A partir de este momento y no
sin grandes dificultades, Ayla trata de adaptarse a un modo de vida y
unas costumbres que le son ajenos, lo que da lugar a una serie de
conflictos que la obligan a abandonar el Clan con el objetivo de
encontrar a sus semejantes, a quienes conoce como los Otros. Tras
varios años viviendo sola conoce a Jondalar, la primera persona de
su especie a la que ve y juntos comienzan un viaje que los llevará
muy lejos de allí, de vuelta al hogar de Jondalar, un viaje en el
que conocerán diferentes gentes y culturas, desarrollarán avances
tecnológicos y aprenderán a aceptarse el uno al otro.
A través de las seis
novelas somos partícipes de distintas etapas en la vida de la
protagonista. La primera parte (“El Clan del oso cavernario”) es
sin lugar a dudas la mejor de todas y aunque el nivel se mantiene
bastante alto en las tres siguientes (“El valle de los caballos”,
“Los cazadores de mamuts” y “Las llanuras del tránsito”), la
saga pierde fuelle en los dos últimos títulos (“Los refugios de
piedra” y “La tierra de las cuevas pintadas”), tanto que en
ciertos puntos parece incluso que se recurre a un corta y pega para
rememorar por enésima vez anécdotas leídas hasta la saciedad. Esto
es el resultado de un ritmo narrativo cambiante; en un principio se
describen de manera pormenorizada escenarios, protagonistas y
actividades, lo que da lugar a que el lector se haga una idea de como
pudo haber sido la vida hace 35.000 años. Pero estas descripciones,
que ayudan a poner en situación al lector, en “Las llanuras del
tránsito” llegan a convertirse en un inconveniente cuando la trama
avanza de manera mucho más lenta en beneficio de la descripción de
un paisaje paleolítico hasta el detalle más nimio. Es verdad que
hasta cierto punto eso se agradece (hoy en día cuesta imaginar un
prado en el que la hierba mida más de dos metros de alto, por
ejemplo) pero llega un momento en el que desafortunadamente se vuelve
tedioso y denso.
Todo este afán
descriptivo hace sin embargo que valore la saga como una buena
recreación del mundo de hace miles de años. Es verdad que en
ciertos aspectos chirrían las licencias históricas pero al fin y al
cabo el ritmo narrativo consigue hacerte sentir en la piel de un
hombre del Paleolítico ya sea cocinando o en un viaje espiritual
tras haber ingerido setas alucinógenas. Hay que tener en cuenta que
estas licencias responden simplemente al hecho de querer condensar de
una manera literaria miles de años: nadie daría por sentado, por
ejemplo, que tantos avances tecnológicos se hayan producido en
apenas veinte años o que los Neandertales se comunicaban exactamente
de la manera en que se describe.
Con respecto a esto
considero que el verdadero punto fuerte de la saga es la convivencia
entre Neandertales y Homo Sapiens. A lo largo de las seis novelas hay
un marcado interés por establecer diferencias y similitudes, no sólo
físicas sino también en cuanto al comportamiento, a las creencias,
al sentido de status o al papel del hombre y la mujer y, sobre todo,
al sentimiento de superioridad por parte del Homo Sapiens. Parece
evidente que ha habido un amplio trabajo de investigación previa y
de hecho se sabe que algunos de los personajes y objetos a los que se
hace referencia tienen su paralelo en ciertos hallazgos
arqueológicos.
Por su parte los
personajes principales están tratados con un mismo filtro a pesar de
que su evolución cada vez se aleja más a medida que avanza la
historia. Forman una pareja perfecta en la que hay amor, sexo y más
amor...y más sexo (no sé cuántas veces se hace referencia a las
“manos expertas” de Jondalar). Ayla y Jondalar son guapos, altos,
rubios, de ojos azules y además son los mejores en todo lo que hacen
(ella como curandera y él como tallador de pedernal). Con estas
descripciones pueden parecen perfiles un tanto inverosímiles pero lo
compensa su tratamiento psicológico, ya que ambos deben pasar por
distintas situaciones que sacan a relucir celos y rencores. Vamos,
como la vida misma.
A pesar del bajón
argumental de las dos últimas novelas (no pienso ni mucho menos que
sean malas, como he leído en algún que otro blog) quiero pensar que
“La tierra de las cuevas pintadas” no es el libro que cierra la
saga...supongo que después de seis libros es normal.
"El clan del oso cavernario" es una de mis novelas favoritas. Las otras me gustaron menos en parte por ser un poco reiterativas. "La tierra de las cuevas pintadas" no sabía que existía. ¿Merece la pena leerla?
ResponderEliminarSí merece la pena, aunque ésta quizá tiene demasiadas descripciones de cuevas y rituales místicos. Si hace tiempo que leíste el resto aquí vuelve a repetir todo lo que pasó así que en ese sentido es un buen recordatorio :)
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