domingo, 30 de noviembre de 2014

La rubia de ojos negros

Benjamin Black es John Banville y John Banville es Benjamin Black, el pseudónimo bajo el que se oculta para escribir novela negra. Ya lo hizo con El otro nombre de Laura, En busca de April o Muerte en verano hasta que este 2014 se publicaba su última y esperada novela, La rubia de ojos negros, donde se mezclan la intriga, la sospecha y la desconfianza en una historia marcada por una desaparición.






Una calurosa tarde de verano el detective Marlowe recibe en su despacho a una clienta tan excepcional como misteriosa, la señora Cavendish, la rica heredera de uno de los negocios de perfumes más conocidos en todo Hollywood. La petición de la señora Cavendish es clara: encontrar a Nico Peterson, su antiguo amante, alguien de profesión incierta cuya descripción lo acerca más a la de un estafador de poca monta.

A partir de este momento da comienzo una investigación que lleva al detective Marlowe a los distintos escenarios donde una vez estuvo Peterson y a preguntar a todo tipo de personas sobre su posible marcha. Pronto llega a la conclusión de que no es el único que lo está buscando. Y no sólo eso, sino que además descubre que no está muerto y que la señora Cavendish lo sabe, entonces ¿por qué querría buscarlo?

Son varias las personas a las que recurre que no parecen darle muchas pistas, la clara intención de sus interlocutores por no querer ayudarle hace que Marlowe dé vueltas en círculos de los que parece no poder salir, donde todos son sospechosos pero nadie sabe nada, en definitiva, el típico planteamiento de cualquier novela detectivesca que se precie. Estos interrogatorios se estructuran a modo de pequeñas historias circunscritas en una única acción, como un paseo por el jardín o una merienda con el dueño de un local, mientras se hace un pequeño inciso para hablar de un personaje secundario: un camarero, el cliente de un bar, el trabajador de un club, pero en la mayor parte de los casos desviando la atención hacia alguien que no es el propio interrogado. Con esto se consigue un respiro en la narración, un momento de descanso en el interrogatorio, pero una piedra más en el camino de la investigación.

En este tira y afloja van sucediéndose los días hasta que, de repente, Marlowe se ve envuelto en un caso de secuestro y asesinato en el que deja de ser un mero espectador para ser un personaje más de una trama en la que cree no tener nada qué ver, al menos en un principio.

La narración está en primera persona desde la figura del detective, lo que nos da una visión externa de cada uno de los personajes, como si nos encontráramos tras el mostrador de una tienda y nos limitáramos a atender a la gente que pasa centrándonos en sus características básicas, ya que son pocos los datos que nos hablan de sus pensamientos.

El detective Phillip Marlowe es un personaje recuperado, por encargo de sus herederos, del imaginario de Raymond Chandler, que le dedicó nada más y nada menos que siete novelas y dos cuentos, siendo El sueño eterno, de 1939, la primera en la que aparece. Es el típico detective de película de los años 50, solitario y taciturno dedicado en cuerpo y alma a su profesión, que en este momento está pasando por sus horas más bajas. Se trata de un personaje cargado de ironía que siempre tiene una contestación ácida para cualquier tipo de pregunta o situación.






Clare Cavendish, una elegante pero misteriosa empresaria acostumbrada a tener en todo momento lo que quiere y que parece llevar un estilo de vida impropio para una mujer casada de la época, ejerce un gran magnetismo sobre Marlowe y, por lo que parece, sobre el género masculino en general, por lo que se establece una relación podría decirse que bastante íntima entre ambos desde un primer momento.

Hay un trasfondo de locura que impregna todo en esta novela, desde los personajes más secundarios hasta los escenarios más recurrentes. Debido a eso y al hecho de estar ambientada en los años 50, en ocasiones recuerda al halo que emanaba ese Edward Daniels tan magníficamente interpretado por Leonardo di Caprio en la no menos magnífica Shutter Island de Martin Scorsese.




Es precisamente esta ambientación a mediados del siglo pasado lo que más me ha gustado del libro, aunque son pocos los elementos que indican esta situación. Aún así es imposible no tener en mente una estética más que consumada donde priman los ocres y marrones otoñales, donde abundan los sombreros, las gabardinas y los cigarrillos en los hombres y las mujeres caminan subidas en altos tacones, van enfundadas en faldas de tubo y en sus cabezas se aprecian bucles estructurados en intrincados peinados coronados por sencillos pero sofisticados tocados.








Sin embargo, hay dos cosas en la novela que no han terminado de convencerme. Por un lado, el autor pone en boca de los protagonistas un lenguaje y expresiones demasiado modernas para la época que pueden dar la sensación de estar desubicadas. Por otro lado, bajo mi punto de vista el final es un auténtico caos, da la sensación de dibujarse una escena en la que concurren todos los personajes más o menos secundarios que han ido apareciendo a lo largo de la novela pero sin orden ni concierto. Aparecen y desaparecen como en una obra de teatro pero ninguno deja realmente clara cual es su relación con los demás y por qué está ahí en ese preciso momento. Ninguno parece darle especial importancia a lo que está pasando, aunque se trate de hechos hasta cierto punto cargados de violencia, odio y rencor. Sorprende además el tratamiento que se hace por parte de algunos personajes como si la situación les resultara incluso divertida.


En definitiva, no me ha gustado ni cómo se da fin a la historia, que más parece un “voy a sacármelo de encima”, a pesar de la literatura cuidada que caracteriza la escritura de Benjamin Black, ni el modo en que éste se ha estructurado.

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