Una fría mañana de 1890
Joost Steinmann, soplador de vidrio de un pequeño pueblo de
Turingia, aparece muerto en su cama. No había llegado siquiera a
los cincuenta años y tenía tres hijas que mantener: Johanna, Ruth y
Marie. El invierno es duro y las hermanas no tienen manera de ganarse
la vida pero tras vender las últimas piezas de vidrio elaboradas por
su padre parece que todo empieza a mejorar ya que Wilhelm Heimer, el
vecino más rico del pueblo, les ofrece trabajar en su taller
realizando labores similares a las que llevaban a cabo con su padre.
Así comienza La
artesana del vidrio, la última
novela de Petra Durst-Benning que en poco tiempo se convirtió en uno
de los libros mejor vendidos de 2014 no sólo en Alemania, país de
origen de la autora, sino en todo el mundo.
A través de una
narración cuidada y ágil, la autora nos sumerge en la tradición de
los sopladores de vidrio y más concretamente en la fabricación de
adornos de Navidad, algo que identifica a Lauscha, el pueblo donde se
desarrolla la historia, conocida hoy en día como la capital de los
sopladores de vidrio de Alemania. Como la propia autora indica al
final del libro, es cierto que fue en ese mismo pueblo donde
comenzaron a fabricarse los primeros adornos para ser colgados en el
árbol de Navidad pero en una época incluso anterior a la que queda
reflejada en la novela, mediados del siglo XIX.
La novela está dividida
en dos partes que enmarcan la narración en dos momentos
determinados: 1890 y 1892. Cada una de estas partes está a su vez
dividida en pequeños capítulos dedicados a cada uno de los
personajes desde el punto de vista de un narrador onmisciente que nos
acerca a los pensamientos y preocupaciones más profundos de todos
ellos.
Johanna, Ruth y Marie se
presentan como tres hermanas desvalidas que ante la repentina muerte
de su padre se ven obligadas a enfrentarse a un mundo decimonónico
donde las tradiciones están fuertemente arraigadas. Johanna tiene
mucho carácter y un tesón que le lleva a ser la que menos miedo
tiene a emprender una nueva vida, Ruth es enamoradiza y soñadora,
algo que le provoca un gran sufrimiento y Marie es, en ocasiones,
fría y obstinada pero también tremendamente creativa y sus
creaciones suponen el comienzo de un nuevo rumbo en su vida. Estos
caracteres se van forjando con el pasar de las páginas a medida que
el narrador omnisciente cambia con cada capítulo el enfoque de una
hermana a otra, lo que provoca que vayan adquiriendo cada vez más
complejidad y que aumente la ambigüedad del propio título, escrito
en singular.
Al poco de comenzar llega
un momento en el que la historia se desdobla y asistimos a tres
historias paralelas, las de las tres hermanas, cuyos caminos no
podían parecer más diferentes: Johanna aprende la profesión de
vendedora, Ruth se consagra a su amor por Thomas y a la búsqueda de
una vida junto a un marido y Marie da rienda suelta a su carácter
creativo y comienza a soñar con ser sopladora de vidrio, algo hasta
el momento reservado a los hombre de las familias de Lauscha.
Asistimos pues al retrato
de la sociedad europea de la época donde el machismo y la sumisión
imperaban en la vida cotidiana de la mujer. En este sentido nos
encontramos con malos tratos, abusos de poder y sometimientos pero
también con dulzura, cariño y amor, mucho amor, fraternal,
imposible, lejano y hasta tóxico.
Estos tres personajes
principales están rodeados de multitud de caracteres secundarios,
entre los que cabe destacar al señor Strobel, quien supone el
contrapunto psicológico al resto de personalidades más “mundanas”
que impregnan la trama con la mayor normalidad. Strobel es el
encargado de enseñarle un oficio a Johanna y le abre las puertas a
un mundo nuevo, el mundo de los negocios, pero su ambigüedad hace
que en un principio no sepamos si nos encontramos ante un alma
caritativa que sólo busca ayudar o ante un viejo depravado que
pretende aprovecharse de la juventud e inexperiencia de Johanna. Su
historia está llena de iniciales que ocultan las identidades de sus
compañías, algo en lo que no se inmiscuye el narrador, tal vez un
recurso de la autora para dotarle de un mayor interés.
Precisamente, el
tratamiento de este personaje es el verdadero fallo de la novela.
Strobel peca de ser un carácter con una gran complejidad, lo que
llega a convertirlo incluso en alguien más interesante que las
propias protagonistas. El problema está en que su historia no
finaliza, sino que simplemente desaparece provocando una sensación
de “quiero y no puedo” y sin dar respuesta a tres grandes
interrogantes: quiénes se esconden tras las misteriosas iniciales,
cuál es el negocio al que tanto alude en sus pensamientos, qué tipo
de perversiones le mueven a comportarse como lo hace.
Justamente la perversión
de este personaje está directamente relacionada con uno de los
autores más perversos donde los haya: Donatien Alphonse François de
Sade, el Marqués (1740-1814). En un par de ocasiones se menciona su
nombre a propósito de un libro que puede haber caído en la manos
menos adecuadas. La personalidad y las actitudes de Strobel tienen
mucho que ver con las obras del Marqués, en el sentido de buscar a
jóvenes ingenuos y sumisos para introducirlos en el mundo perverso
de sus fantasías sexuales basadas en la dominación y el castigo,
como queda patente en algunas de sus obras más conocidas como
Filosofía en el tocador o Justine o los infortunios de la virtud.
Con
un nivel de protagonismo hasta cierto punto menor, también tiene
importancia la alusión al personaje de Franklin Woolworth, un
comerciante que existió en realidad y que se encargaba de exportar a
América toda suerte de adornos para árboles de Navidad.
En el final, al igual que
en algunos puntos de la trama, los desenlaces protagonizados por las
tres hermanas son bastante previsibles y en ocasiones incluso
fáciles, pero esto no es algo que reste demasiado atractivo a la
narración, que parece estar más centrada en mostrarnos la evolución
personal de las protagonistas. Se trata de un final profundamente
marcado por las diferentes historias de amor que envuelven la trama.
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