Benjamin Black es John
Banville y John Banville es Benjamin Black, el pseudónimo bajo el
que se oculta para escribir novela negra. Ya lo hizo con El otro
nombre de Laura, En busca de April o Muerte en verano
hasta que este 2014 se publicaba su última y esperada novela, La
rubia de ojos negros, donde se mezclan la intriga, la sospecha y
la desconfianza en una historia marcada por una desaparición.
Una calurosa tarde de
verano el detective Marlowe recibe en su despacho a una clienta tan
excepcional como misteriosa, la señora Cavendish, la rica heredera
de uno de los negocios de perfumes más conocidos en todo Hollywood.
La petición de la señora Cavendish es clara: encontrar a Nico
Peterson, su antiguo amante, alguien de profesión incierta cuya
descripción lo acerca más a la de un estafador de poca monta.
A partir de este momento
da comienzo una investigación que lleva al detective Marlowe a los
distintos escenarios donde una vez estuvo Peterson y a preguntar a
todo tipo de personas sobre su posible marcha. Pronto llega a la
conclusión de que no es el único que lo está buscando. Y no sólo
eso, sino que además descubre que no está muerto y que la señora
Cavendish lo sabe, entonces ¿por qué querría buscarlo?
Son varias las personas a
las que recurre que no parecen darle muchas pistas, la clara
intención de sus interlocutores por no querer ayudarle hace que
Marlowe dé vueltas en círculos de los que parece no poder salir,
donde todos son sospechosos pero nadie sabe nada, en definitiva, el
típico planteamiento de cualquier novela detectivesca que se precie.
Estos interrogatorios se estructuran a modo de pequeñas historias
circunscritas en una única acción, como un paseo por el jardín o
una merienda con el dueño de un local, mientras se hace un pequeño
inciso para hablar de un personaje secundario: un camarero, el
cliente de un bar, el trabajador de un club, pero en la mayor parte
de los casos desviando la atención hacia alguien que no es el propio
interrogado. Con esto se consigue un respiro en la narración, un
momento de descanso en el interrogatorio, pero una piedra más en el
camino de la investigación.
En este tira y afloja van
sucediéndose los días hasta que, de repente, Marlowe se ve envuelto
en un caso de secuestro y asesinato en el que deja de ser un mero
espectador para ser un personaje más de una trama en la que cree no
tener nada qué ver, al menos en un principio.
La narración está en
primera persona desde la figura del detective, lo que nos da una
visión externa de cada uno de los personajes, como si nos
encontráramos tras el mostrador de una tienda y nos limitáramos a
atender a la gente que pasa centrándonos en sus características
básicas, ya que son pocos los datos que nos hablan de sus
pensamientos.
El detective Phillip
Marlowe es un personaje recuperado, por encargo de sus herederos, del
imaginario de Raymond Chandler, que le dedicó nada más y nada menos
que siete novelas y dos cuentos, siendo El sueño eterno, de
1939, la primera en la que aparece. Es el típico detective de
película de los años 50, solitario y taciturno dedicado en cuerpo y
alma a su profesión, que en este momento está pasando por sus horas
más bajas. Se trata de un personaje cargado de ironía que siempre
tiene una contestación ácida para cualquier tipo de pregunta o
situación.
Clare Cavendish, una
elegante pero misteriosa empresaria acostumbrada a tener en todo
momento lo que quiere y que parece llevar un estilo de vida impropio
para una mujer casada de la época, ejerce un gran magnetismo sobre
Marlowe y, por lo que parece, sobre el género masculino en general,
por lo que se establece una relación podría decirse que bastante
íntima entre ambos desde un primer momento.
Hay un trasfondo de
locura que impregna todo en esta novela, desde los personajes más
secundarios hasta los escenarios más recurrentes. Debido a eso y al
hecho de estar ambientada en los años 50, en ocasiones recuerda al
halo que emanaba ese Edward Daniels tan magníficamente interpretado
por Leonardo di Caprio en la no menos magnífica Shutter Island de
Martin Scorsese.
Es precisamente esta
ambientación a mediados del siglo pasado lo que más me ha gustado
del libro, aunque son pocos los elementos que indican esta situación.
Aún así es imposible no tener en mente una estética más que
consumada donde priman los ocres y marrones otoñales, donde abundan
los sombreros, las gabardinas y los cigarrillos en los hombres y las
mujeres caminan subidas en altos tacones, van enfundadas en faldas de
tubo y en sus cabezas se aprecian bucles estructurados en intrincados
peinados coronados por sencillos pero sofisticados tocados.
Sin embargo, hay dos
cosas en la novela que no han terminado de convencerme. Por un lado,
el autor pone en boca de los protagonistas un lenguaje y expresiones
demasiado modernas para la época que pueden dar la sensación de
estar desubicadas. Por otro lado, bajo mi punto de vista el final es
un auténtico caos, da la sensación de dibujarse una escena en la
que concurren todos los personajes más o menos secundarios que han
ido apareciendo a lo largo de la novela pero sin orden ni concierto.
Aparecen y desaparecen como en una obra de teatro pero ninguno deja
realmente clara cual es su relación con los demás y por qué está
ahí en ese preciso momento. Ninguno parece darle especial
importancia a lo que está pasando, aunque se trate de hechos hasta
cierto punto cargados de violencia, odio y rencor. Sorprende además
el tratamiento que se hace por parte de algunos personajes como si la
situación les resultara incluso divertida.
En definitiva, no me ha
gustado ni cómo se da fin a la historia, que más parece un “voy
a sacármelo de encima”, a pesar de la literatura cuidada que
caracteriza la escritura de Benjamin Black, ni el modo en que éste
se ha estructurado.