Ganadora
del premio Pulitzer a la mejor biografía, el premio Boeke y
merecedora del premio de la Crítica y el Libro del Año en Estados
Unidos, Las cenizas de Ángela, publicada en 1996, es la
primera parte de la autobiografía de Francis McCourt, quien relata
en primera persona el dolor y la miseria que marcaron la vida de su
familia durante toda su infancia y juventud. McCourt completaría
esta autobiografía en 1999 con Lo es y finalmente en 2005 con
El profesor.
Frank
McCourt nace un 19 de agosto de 1930 en Brooklyn, Nueva York. Hijo
primogénito de Malachy McCourt y Ángela Sheehan, emigrantes
irlandeses en Estados Unidos en la década de los años 30 en plena
Ley Seca y Gran Depresión, McCourt vive una infancia llena de
penalidades: pasa hambre, frío, miedo, ve de cerca la muerte y tiene
que convivir irremediablemente con la desaparición de aquéllos a
quienes más quiere, con un padre alcohólico, miembro del IRA
antiguo (ejército paramilitar de la República de Irlanda) y
orgulloso de haber luchado por la independencia de su país, y una
madre pobre de espíritu que ha perdido cualquier tipo de motivación
desde la muerte de Margaret, su hija pequeña.
Hasta
los 4 años, Frank y sus hermanos pequeños malviven con sus padres
en Nueva York. Tras la muerte de la pequeña Margaret la situación
familiar es tan deplorable que unas primas de Ángela deciden que lo
mejor para ella y los niños es volver a su Irlanda natal, pero el
recibimiento por parte de los McCourt no es en absoluto bueno, sino
más bien de una indiferencia total. Al poco de llegar y en vista de
que en Irlanda del Norte la situación es incluso peor que en
América, deciden marcharse al Estado Libre (actual Irlanda) e
instalarse en Limerick, donde vive la familia de Ángela.
Allí
la situación no es en absoluto mejor. Afectados por la eterna
humedad y niebla de la ciudad provocada por el río Shannon, la
familia McCourt vive en una atmósfera de constante pobreza,
desconfianza y poco afecto donde los miembros de la familia no se
hablan entre ellos, el escepticismo y envidia entre vecinos está a
la orden del día y los niños son tratados como seres más o menos
inútiles hasta que alcanzan la edad necesaria para ir desempeñando
tareas. A lo largo de las páginas se retrata la sociedad irlandesa
de la época, piadosa y sumida en una pobreza tal que incluso
presenta una esperanza de vida realmente baja; el propio autor,
haciendo un símil con el deterioro físico inherente a la edad, dice
que era tanta la pobreza de la que estaban rodeados que poca gente
llegaba a tener canas.
A
todas estas penalidades hace referencia el título de la novela, como
queriendo reunir una vida de miseria en un simple gesto. A lo largo
de la narración se le da un significado muy especial a las cenizas
de la chimenea, a las que Ángela McCourt se queda mirando fijamente
cada vez que la situación le desborda, como en un intento de
evadirse del mundo que le rodea tratando de buscar un calor
reconfortante en ellas, un calor que casi nunca encuentra.
La
narración está plagada de multitud de personajes con mayor o menor
importancia quienes, a excepción del pequeño Frank, no presentan un
gran desarrollo, sino que más bien son las situaciones y la
evolución de sus condiciones lo que enmarca las acciones de cada
uno. Esto hace que no sepamos cómo son más allá de sus acciones,
no hay nada que nos diga el tipo de carácter de cada uno o su
evolución psicológica. En este sentido, las reacciones más íntimas
a una vida de desapego las encontramos en un Frank muy observador,
responsable y reflexivo que entiende su posición en el mundo, que
acepta lo que le viene con un estoicismo impropio de un niño de su
edad pero que no deja nunca de soñar con un futuro mejor.
El
contrapunto a tanta tragedia lo encontramos en el empleo de un
narrador protagonista. Al estar contada la historia en primera
persona desde que el protagonista tiene apenas dos años en ocasiones
se suceden anécdotas que vistas desde el punto de vista de un niño
pueden parecer cómicas, dan lugar a malentendidos y a las típicas
reflexiones de un niño pequeño. Poco a poco esta visión va
evolucionando y vemos como Frank empieza a preocuparse por todo lo
que le rodea, va a la escuela y aprende, lo que de manera
inconsciente va alimentando un afán de superación que prácticamente
no encuentra en quienes le rodean. Comienzan a formarse así sus
sueños y aspiraciones de volver a América, donde todo es mejor que
en Limerick.
Nos
encontramos, por tanto, ante una historia de superación en letras
mayúsculas, en la que el protagonista es capaz de transformar todas
las vivencias negativas en ganas de cambiar su vida, en ganas de
tener un buen trabajo que le permita alcanzar su sueño: volver al
país en el que nació y del que tantas cosas buenas se cuentan.
Desde
el punto de vista histórico, la infancia y juventud de Frank
presenta un trasfondo político de gran calado, tanto a pequeña como
a gran escala.
Por
un lado, se nos acerca el retrato de la eterna lucha entre británicos
e irlandeses, de la lucha de estos últimos por su independencia y de
las consecuentes actividades del Ejército de la República de
Irlanda (IRA). Hay un rechazo palpable a todo lo británico y por
ende a lo relativo a Irlanda del Norte (creada en 1921 tras la
partición de la isla) y a todo lo estadounidense. Además, de una
manera más o menos acentuada, se aprecian ciertos conflictos
religiosos por la convivencia en una misma comunidad de católicos,
protestantes y presbiterianos.
Por
otro lado y a un nivel internacional, la novela se enmarca
prácticamente en su totalidad en la Segunda Guerra Mundial. En 1940
el Primer Ministro Eamon de Valera declara la neutralidad de Irlanda
en la contienda, algo que por otra parte no sienta muy bien a Winston
Churchill quien hará lo imposible para que Irlanda participe
(curiosamente la cerveza Guiness tuvo mucho que ver en esto). A pesar
de las presiones por parte del gobierno británico, la neutralidad
supone un alivio para las familias ya que los hombres emigran a
Inglaterra para trabajar en las fábricas de armas con lo que pueden
mandar puntualmente dinero a sus familias,
dejando de lado su aversión a todo lo que tiene que ver con sus
opresores durante más de 800 años.
En
definitiva, nos encontramos ante una historia imprescindible donde
las situaciones vividas por los personajes hacen llorar la mayor
parte de las veces, pero también reír en ciertas ocasiones. De
manera sencilla, ágil y amena, McCourt nos introduce en una época
histórica dura y gris, en ciertos aspectos terriblemente ajena al
mundo actual y nos hace partícipes de la realidad de un país que
durante siglos se ha sentido castigado, oprimido y ninguneado.
Me gustó mucho.
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