¡¡Hoy La Novena Caverna cumple un año!!
En todo este tiempo me han acompañado muchos libros, tal vez menos de los que me gustaría, pero el poder compartir lo que más me gusta ha pasado de ser un mero entretenimiento a una satisfacción personal, y aunque sólo sea por eso, el tiempo dedicado a cada entrada ha merecido la pena.
Por eso me gustaría celebrar este primer aniversario de una manera especial. Hasta ahora me he dedicado a hablar sobre lo que los demás han escrito pero hoy, por ser 23 de octubre, y con el permiso de los libros, me toca escribir a mí.
!Espero que os guste!
FELICIDADES #cavernícolas!!
"Aquí
estoy, entre estas cuatro paredes. Dos palabras que podrían definir
mi vida adulta. Cuatro muros lisos y de color blanco. Porque así lo
decidieron. Casi no hay nada colgado, apenas un espejo en el que
nunca me miro y un par de cuadros. ¿Las fotos?, decidí sacarlas. Al
principio no me importaba, pero un día empezaron a incomodarme. No
las echo de menos.
Muros,
murallas, murallones. En ocasiones se me antojan enormes, tanto que
me pierdo en ellos sin apenas darme cuenta, y entonces mi cuerpo deja
de ser mío y me veo a mí misma en la habitación. Haciendo qué,
eso no importa. Pero es el momento en el que siento esa felicidad de
no ser yo.
Otras
veces ocurre todo lo contrario, las paredes son cada vez más
pequeñas, se vuelven prácticamente minúsculas mientras tratan de
ahogarme, y es entonces cuando mi cuerpo se ve obligado a cerrarse, a
replegarse sobre sí mismo para evitar ser engullido por la masa
blanca. El cuello y la espalda me duelen, y cuando me doy cuenta, los
dedos de mis pies están blancos, casi transparentes a fuerza de
querer hacerse más pequeños. Siento mucho frío, tanto que no puedo
moverme, y tras unos instantes de espera, un dolor familiar empieza a
crecer en mi garganta, pero mi voz está tan escondida que no es
capaz de encontrar la salida. Hay quien no quiere verme triste, y
entonces me impide llorar; lo que no entiende es que en esos momentos
llorar es lo único que me salva.
Muchas
veces me han preguntado por qué siempre elijo estar encerrada en mi
habitación. No estoy segura de haberlo elegido alguna vez, pero
siento que es el único espacio al que pertenezco. Hace tiempo
recuerdo salir de casa de vez en cuando a regañadientes porque mamá
quería dar un paseo conmigo, decía que me haría bien airearme un
poco. Todavía recuerdo el suplicio de recorrer aquel pasillo. Cuando
volvíamos a casa ella estaba triste. Creo que con el tiempo fue
capaz de comprender, al igual que yo, que los muros que me aplastan
tal vez sólo me abracen para protegerme. Fue capaz de comprender que
a través de mis sentidos sólo llegan percepciones irreconocibles, y
que eso me da miedo.
¡Otra
vez el mismo ruido! Me sobresalto y empiezo a notar cómo el latido
de mi corazón inunda mi pequeño cuerpo, completamente agarrotado.
¡Siempre me pasa lo mismo! Aunque lo intente se las ingenia para
paralizarme. Es más listo que yo.
Si
tuviera que describirlo diría que parece como si algo o alguien se
arrastrara por el suelo. A través de una melodía sorda se acerca,
cada vez lo oigo más intensamente, deslizándose hacia un lado y
hacia otro, hacia un lado y hacia otro. ¡Tengo que ser fuerte! ¡No
puedo dejar que entre! ¡Esta vez no!
Aunque
han pasado tan sólo unos segundos, este momento se me hace eterno, y
empiezo a notar que mis manos están húmedas. Cómo desearía que
las paredes quisieran protegerme también ahora, aunque me hagan
sentir ganas de llorar. Cada vez está más cerca y pienso en si
debería aproximarme a la puerta. Decido que sí. Pego la cabeza al
suelo y puedo ver su sombra más y más grande, pero no puedo
distinguir en ella algo mínimamente reconocible. Siento que me
cuesta respirar.
¡Está
aquí! Ya no se mueve.
A
través de la delgada puerta puedo sentir su respiración, se
entrecorta y suena pesada. Tengo miedo de que se cuele por entre las
rendijas y contamine mi cubículo. Apoyo mi espalda contra la madera
procurando hacer el menor ruido posible y entonces oigo un rumor
acompañado de varios golpes secos. No hay duda, sabe que estoy aquí.
El rumor se extiende y parece querer convertirse en palabras, pero no
son más que sonidos inconexos imposibles de descifrar.
Mi
respiración acelerada y unas tremendas, pero reprimidas, ganas de
llorar no engañan a nadie. Estoy aterrada.
En el
peor de los casos, cuando se dan estas situaciones, una parte de mí
distingue que se trata de una imaginación, un concepto que inventa
mi cabeza para darle forma al terror que en esos momentos me invade.
Y digo en el peor de los casos porque entonces él no sólo me
controla a su voluntad, sino que también tiene el placer de verme
observándolo, de verme morir poco a poco. Las pocas veces que lo
pienso con frialdad no me parece tan extraño, al fin y al cabo ¿en
qué me diferencio del niño que imagina a un monstruo debajo de su
cama? Tal vez en que el miedo del niño se evapora al ver entrar a su
madre en la habitación, y yo estoy tan sola que ni siquiera tengo
eso.
Otra
vez silencio, ¿se ha ido?
Casi
sin atreverme a respirar dejo de temblar. Sigo sintiendo esos nervios
en el estómago que tantas veces me hacen vomitar y pienso en si me
odio o si en realidad me doy pena a mí misma. Estoy tan agotada que
más me valdría desaparecer. Aunque ahora no está aquí, mi madre
dice que verme en este estado le hace daño, y sin quererlo me
convierte en culpable, pero yo sólo quiero evitar que este miedo y
este dolor acaben conmigo. En esos momentos, en el mundo no existimos
más que mi enemigo y yo. Y supongo que esa es la razón por la que
prefiero estar al amparo de estos cuatro muros, porque a ellos no
puedo hacerles daño.
Parece
algo lógico ¿verdad?, pues ahí fuera nadie lo comprende.
Sé
que debería estar acostumbrada, porque a mi enemigo nadie lo oye ni
lo siente, pero a mí se me revela como algo tan real que me vuelvo
torpe incluso para ignorarlo. Nunca lo he visto, no sé cómo es,
sólo llego a entrever una sombra informe que no se parece a nada, y
eso me deja totalmente desprotegida. Quizá las sensaciones que me
comunica sean más soportables, no todas intentan dañarme, a veces
siento cómo me acaricia la espalda y me susurra dulces sonidos al
oído, pero a fuerza de vivirlo he aprendido que eso sólo lo hace
para convencerme de que le deje entrar y poder encontrarnos frente a
frente. Esa es la única manera que tiene para sacarme de aquí.
De
nuevo mi cuerpo se pone alerta, ¿por qué no habré estado más
atenta? Ahora ya ha comprobado que sigo aquí. Volverá a acercarse,
a hablarme, a tratar de seducirme mientras mi cabeza da vueltas, las
mismas vueltas que a mi cuerpo se le niegan. Pero ¿qué pasa?, ¿por
qué no habla?, ¡no puedo oír nada!, ¿qué está tramando?, ¡lo
he oído acercarse, tiene que estar ahí! Puedo ver la oscuridad de
su sombra queriendo colarse bajo la puerta.
Y de
repente suenan los mismos golpes de siempre. Silencio otra vez. Por
más que espero no ocurre nada.
Casi
sin darme cuenta me envuelve algo familiar, un olor que me hace
volver a los cinco años, cuando mi madre me dejaba acurrucarme con
ella en el sofá. En un momento me rodean sensaciones de tal
intensidad que creo que me voy a desmayar. Noto que me acarician el
pelo suavemente, y cómo un dedo se desliza dibujando mi nariz. Una
música de fondo me reconforta, me da calor y hace crecer en mí una
necesidad urgente de sentirme rodeada por esos brazos llenos de
lunares. Poco a poco se convierte en melodía e intenta decirme algo.
Siento cómo el miedo se esfuma y, aunque todavía no comprendo qué
me dice, sé que no quiere hacerme daño.
Una
inmensa tristeza se expande pesadamente desde mi garganta hasta las
yemas de los dedos dejándome sin fuerzas, al mismo tiempo que el
odio hacia mí misma crece sin parar. Cada vez peso menos, me vuelvo
transparente y siento que desaparezco. ¿Qué ha cambiado? Turbada
todavía por un pensamiento que no me aclara si esta realidad es del
todo real, decido abrir la puerta. Al fin y al cabo, si lo que hay
fuera suena y huele tan bien no puede ser nada malo.
Un
simple giro de la muñeca hacia la izquierda hace que sobre mí se
abalance una oleada cálida y salada de la que ya no quiero escapar.
Es entonces cuando, a modo de diapositivas, se disponen de manera
atropellada los lunares, la bata azul, las caricias en el pelo, ese
tacto suave que cada noche me traía el sueño. Mis brazos se agarran
con tal fuerza que parece que se me van a separar del cuerpo, pero no
me importa porque después de tanto miedo he conseguido volver a
reconocerla.
Ahora
todas mis necesidades se resumen en una sola. Quiero llorar. No sé
si de felicidad o de alivio, pero sé que lo tengo prohibido. Y
mientras pienso en el dolor que me produce ese llanto sin salida, una
humedad cálida baja por mi espalda. Es entonces cuando comprendo que
es ella la que está llorando por las dos."