domingo, 12 de enero de 2014

Dispara, yo ya estoy muerto


Hay momentos en la vida en los que la única manera de salvarse a uno mismo
es muriendo o matando”




Con esta frase da comienzo Dispara, yo ya estoy muerto, la quinta y última novela de Julia Navarro, en la que se narra la historia de dos familias separadas por su religión pero profundamente unidas por una amistad que trata de sobrevivir durante generaciones.

La novela comienza en Jerusalén con una entrevista en la que Marian Miller, activista en una organización de refugiados, interroga a Ezequiel Zucker sobre la actual política de asentamientos promovida por el estado israelí. Poco después de empezar, lo que parecía ser una entrevista más acaba convirtiéndose en un relato en el que se entrecruzan dos vidas y tres escenarios cultural y geográficamente muy alejados.




Tras el asesinato de su familia, Samuel Zucker se ve obligado a mudarse con su padre a San Petersburgo para huir de unos pogromos cada vez más comunes en la Rusia zarista. A través de la historia de este personaje la novela hace un repaso por la persecución y marginalidad a las que fueron sometidos los judíos desde finales del siglo XIX en el Imperio ruso hasta la proclamación del Estado de Israel en 1948 y el consiguiente hostigamiento hacia el pueblo palestino.






Esta continua persecución hace que Samuel se debata entre sentirse antes ruso o judío y le sobrevuela una continua obsesión por dejar de lado su religión para así, a los ojos del mundo, convertirse en una persona integrada y aceptada por la sociedad de la época.






Este escenario está enmarcado también por la revolución de las ideas socialistas y anarquistas (Marx y Bakunin), ideas que atraen enormemente a Samuel debido a su concepto abolicionista de clases y religiones. Esto es visto por el protagonista como una vía de escape pero se acaba convirtiendo en una nueva persecución, ya no por motivos religiosos sino políticos. Esta situación supone un cierre de ciclo ya que, aunque no quiera, la religión vuelve a jugar un papel muy importante en su decisión de viajar a la Tierra Prometida.




En este momento la vida de Samuel se cruza con la de Ahmed, un palestino que ve como sus tierras son compradas por unos judíos, Samuel entre ellos, que traen consigo las ideas socialistas gestadas en el imperio ruso: establecen “colonias agrícolas” pero compartiéndolas con el prójimo (sean cuales sean sus creencias) y renunciando a cualquier propiedad individual.

A partir de este momento la historia se divide en dos narraciones con puntos de vista diferentes ante las mismas situaciones. Se mezclan vidas de judíos para quienes la religión es el motor de su vida y judíos para quienes el serlo supone una gran carga, lo que lleva a un desarraigo permanente con respecto a su patria y a su religión. También son protagonistas los palestinos quienes, bajo el yugo de los sultanes otomanos primero y los británicos después, sueñan con formar una patria árabe independiente.

Todas estas historias tienen como nexo de unión tres momentos en la historia de los pueblos judío y palestino: los pogromos en el imperio ruso de finales del siglo XIX, la I Guerra Mundial y la II Guerra Mundial. Aunque en todo el libro se trata de exponer los hechos desde dos puntos de vista muy diferentes no todos son contados con la misma intensidad; mientras las consecuencias de la I Guerra Mundial se hacen más visibles en la parte musulmana, la II Guerra Mundial es íntegramente contada desde el punto de vista de los judíos, pero no sólo desde el papel de las víctimas, sino también desde el de aquéllos que lucharon contra el nazismo.




En un principio puede parecer que se trata de la eterna lucha entre israelíes y palestinos pero en realidad parte de una visión mucho más humana, de cómo las circunstancias hacen que las diferencias religiosas y políticas entre dos pueblos puedan salvarse o, por el contrario, terminen por separarlos aún más.

En este escenario se desenvuelven multitud de personajes a medida que van pasando los años. Los protagonistas, Samuel y Ahmed, son quizá los más complejos, están llenos de dudas e inseguridades que acaban por forjar personalidades frías y duras que en ciertos momentos llegan a rozar la insensibilidad. El resto de personajes responde a la perfección a todos los perfiles que la historia va necesitando a medida que avanza: el espía, el integrante de grupo armado, el primer amor, el amor imposible, etc.


Finalmente, el desenlace se construye de manera cuidada, dando lugar a sorpresas finales pero creando un círculo sin principio ni fin en un conflicto real en el que ninguna de las partes está exenta de dolor y sufrimiento, ya sea actual o pasado.

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