Los asesinos del
emperador es el primer libro de la segunda trilogía de Santiago
Posteguillo (La trilogía de Escipión) y en él se relata el
ascenso, tras el ocaso de la dinastía Flavia a finales del siglo I
d.C., de Trajano como primer emperador nacido fuera de Roma.
En este primer libro el
verdadero protagonista no es otro más que Tito Flavio Domiciano,
quizá uno de los emperadores más odiados de toda Roma. Cruel,
altivo, egoísta y megalómano, Domiciano había convertido Roma en
el escenario perfecto para sus caprichos, se hacía llamar Dominus et
Deus (Señor y Dios) y la vida de todo habitante del Imperio pendía
de un finísimo hilo.
El relato comienza en el
año 96 d.C. en la Domus Flavia en el momento en el que se intenta
asesinar al emperador. Inmediatamente un flashback nos sitúa en los
años finales del imperio de Nerón y los fugaces Galba, Otón y
Vitelio hasta que finalmente se instaura la dinastía Flavia
encabezada por el emperador Vespasiano. Tras la muerte de su padre,
Tito se convierte en emperador, pero dos años después Domiciano
toma el relevo y con el tiempo se convierte en el imperio del pánico,
un terror del que nadie está a salvo, ni siquiera su propia familia.
Esta época está
enmarcada en los constantes problemas fronterizos con galos, germanos
y dacios, y el despuntar de los cristianos, que viven con Domiciano
una de las mayores represiones de su historia. Aún así, el
emperador parece más interesado en descubrir el origen de la conjura
que planea matarlo, tanto que llega a convertirse en su gran
obsesión.
La estructura narrativa
del libro es muy parecida a la que veíamos en la Trilogía de
Escipión, un primer libro en el que el protagonismo se reparte entre
antecesor y sucesor, capítulos cortos en los que se entrecruzan
varias historias paralelas y batallas narradas con todo detalle
apoyadas por los mapas, dibujos y esquemas de los anexos finales.
El parecido es tal que
incluso el autor peca de lo mismo que en los libros anteriores. Las
personalidades de los protagonistas parecen no tener un término
medio, Domiciano reúne todo lo malo y a medida que avanzan las
páginas el lector tiene más ganas de que alguien lo mate de una
vez, mientras Trajano es descrito como el mejor general,
personalmente cauteloso, responsable, generoso y justo, en
definitiva, el símbolo de la perfección.
Sí es verdad que a pesar
del aura de maldad que rodea al emperador, durante el relato se hace
una breve alusión a unos primeros años de mandato en el que tuvo
una gran popularidad por castigar a los corruptos y por liderar la
reconstrucción de la ciudad tras el devastador incendio ocurrido en
época de Tito. En el número de este mes de la revista National
Geographic Historia hay un reportaje, escrito por el propio
Posteguillo, que hace referencia a esta evolución en la actitud del
emperador (interesante lectura).
Centrándome en el resto
de aspectos que adornan la novela, he de decir que me resultó muy
interesante la descripción que se hace de la construcción del gran
anfiteatro Flavio que comenzó en época de Vespasiano pero que
alcanzó su máximo esplendor durante el mandato de Domiciano, cuando
se construyó el añadido del piso más alto. En este sentido, la
novela también supone un acercamiento a los pavorosos espectáculos
ofrecidos al pueblo cuya crueldad aumentaba irremediablemente. Con
respecto a esto es interesante la figura del bestiarius, un ser del
inframundo que vive en las entrañas del anfiteatro rodeado de
animales salvajes y desprovisto de toda humanidad y el protagonismo
de Marcio y Alana, que día tras día intentan no morir en la arena
para ganar así su libertad.
De la segunda parte,
Circo Máximo, la reseña está ya en el horno :)
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