jueves, 18 de septiembre de 2014

Ha vuelto

Yo también sigo aquí, y eso tampoco lo entiendo”

En septiembre de 2013 salía publicado el primer libro escrito en solitario por el periodista alemán Timur Vermes: Ha vuelto, un título controvertido que ha sabido granjearse por igual multitud de críticas y alabanzas en un país, Alemania, profundamente marcado por la figura de Adolf Hitler.

Nada en sus casi 400 páginas es aleatorio. Ni su portada minimalista, objeto de una campaña de marketing del todo efectista, y mucho menos su precio de mercado: 19,33 euros (1933 fue el año en que Hitler llegó al poder).




En marzo de 1945 Hitler, a punto de consumarse su derrota, ordena a la Wehrmacht destruir todo lo que queda en pie en Berlín para evitar así que el enemigo pueda utilizar cualquier recurso para atacar. Está a punto de perder la guerra, así que el pueblo alemán, ese pueblo que durante años se convirtió en una máquina de destrucción, habrá perdido también su derecho a existir.






Pero esto no es una historia más de la Segunda Guerra Mundial.

Un día caluroso de agosto de 2011 Adolf Hitler se despierta en un descampado de Berlín. Aturdido y totalmente desubicado trata de encontrar alguna pista que le haga entender por qué todo es tan diferente, por qué nadie se dirige a él con el saludo militar y a qué se deben tantas miradas de estupor e incomprensión. Poco a poco, no sin desmoralizarse, va aceptando su nueva situación a medida que lee en las revistas de Historia el transcurso de los acontecimientos tras su suicidio (¿qué es esa tontería de que se suicidó en abril de 1945? sin duda, una gran mentira fruto de la manipulación de los medios) hasta que una noche de inspiración llega a la conclusión de que su misión en el mundo actual es volver a sus orígenes, cuando era un cabo que asombraba al resto de soldados con su facilidad de palabra. Hitler comienza a trabajar sin descanso para conseguir seguidores, para infundir en la población el mismo fanatismo nacionalsocialista que ya había logrado casi setenta años atrás. Solo que esta vez se sirve de un programa de humor en la televisión.




Este escenario da lugar a situaciones del todo bizarras y un tanto ridículas en las que Hitler responde de la única manera que sabe. Vive y entiende la actualidad desde el punto de vista del amo de Europa en el año 1945 y sus respuestas (tan auténticamente nazis) a las reacciones de incomprensión de quienes le rodean son tan vehementes que es imposible no reírse, aunque en ocasiones dé hasta reparo reírse de según qué cosas.

Parece que Hitler, por ser Hitler, no haya sido humano. Desde luego la mayor parte de sus acciones no lo dejan muy bien parado en este sentido, pero inmerso en una sociedad actual y rodeado de personas del todo normales, parece lógico que haya momentos en los que tenga que actuar como un ser humano más. Es precisamente esta perspectiva la que emplea el autor para dar esos toques de humor, porque ¿alguien se imagina a Hitler dando consejos sobre amor e incluso sobre moda femenina?

Con el paso del tiempo empieza a ser consciente de la evolución sobre todo tecnológica del mundo actual, lo que le hace librar un tipo de batallas a las que no está acostumbrado. Para él estos avances están tremendamente desaprovechados, ¿por qué en vez de emplear la televisión como método propagandístico hay tantos programas de cocina?

En este sentido el libro está muy bien documentado, nos encontramos ante un personaje que no sale nunca de lo que ha sido como figura histórica. Esto hace que la gente considere que nunca deja de lado su papel pero es que ellos no saben que no hay ningún papel. El fanatismo es uno de los rasgos característicos que el Führer busca en todas las personas con las que se relaciona, y es algo que encuentra en diferentes aspectos, pero nunca desde un punto de vista político, que es lo que él menos comprende. Ve en todos ellos el germen que hubo en su día en quienes le siguieron fervientemente en el camino hacia la conquista de Europa.




En ciertos pasajes el propio Hitler se dirige al lector con la intención de hacerlo partícipe de sus sensaciones, como si fuera un confidente que le comprende y conoce la Historia tal y como él la ha vivido (ni hablar de suicidios, eso es de cobardes). Hace especial referencia a sus años de juventud, al rechazo sufrido en la Academia de Viena y a las duras condiciones de la escuela militar, episodios que superó gracias a su tesón y a un deseo ferviente, a saber: convertirse en el nuevo Napoleón, aunque esta vez con éxito.

El ritmo narrativo es ágil y, aunque está plagado de referencias a personajes alemanes tanto históricos como actuales, las anotaciones aportan la información necesaria para que no parezca que el lector pueda no estar enterándose de quién se está hablando. Como está contado en primera persona hay muchas páginas dedicadas a las reflexiones del propio Hitler, donde el autor no hace más que reproducir coma por coma algunos de los pensamientos más oscuros del protagonista, algo tal vez de mal gusto para los caracteres más sensibles.

Desde el final de la Segunda Guerra Mundial la figura de Hitler se ha tratado siempre desde el punto de vista de un loco que llevó a cabo todo tipo de barbaridades “por el bien del Pueblo Alemán”. Pero son muchas las referencias en el cine que nos presentan a un Führer desde distintas perspectivas: la de un ser ególatra y trastornado o la de un ser humano que (podría decirse) sufrió personalmente por conseguir sus objetivos en pos de la pervivencia de la raza aria en Alemania. En este sentido, hasta ahora son conocidas a nivel mundial las cintas realizadas por Chaplin en su largometraje El gran dictador u Oliver Hirchbiegel con El Hundimiento.






Pero el verdadero trasfondo de este libro va mucho más allá de querer presentarnos la figura de Hitler como un personaje cómico o desvirtuado. Aunque en la conciencia colectiva actual parezca muy claro que ese tipo de cosas no pueden volver a ocurrir o que parecería imposible que esto se diera en la sociedad occidental actual, Timur Vermes nos quita la venda de los ojos y nos enseña que los medios cambian (la propaganda se ve sustituida por los medios de masas, algo sin duda mucho más rápido y quizás más efectivo) pero los objetivos pueden seguir siendo los mismos, y no digamos ya las múltiples formas de manipulación. ¿Podríamos asistir, ochenta años después, al ascenso al poder de un nuevo Hitler amparado en la voluntad del pueblo? Al fin y al cabo la demagogia es eso, una manipulación de masas en estado puro.


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