martes, 21 de enero de 2014

Circo Máximo


El pasado 29 de agosto salía a la venta Circo Máximo: la ira de Trajano, el segundo volumen de la trilogía que Santiago Posteguillo dedica a la figura de quien fue el primer emperador nacido fuera de Roma y que supone la continuación de Los asesinos del emperador, anteriormente reseñada.




Centrada en sus primeros años de gobierno, la novela comienza en el año 101 d.C., tres años después del nombramiento de Marco Ulpio Trajano como emperador. Su gran popularidad, ganada a base de continuas mejoras de las infraestructuras públicas y una férrea persecución de la corrupción, hizo que los primeros momentos de su mandato estuvieran salpicados de conspiraciones y traiciones por parte de aquéllos que habían sido leales a Domiciano y los que consideraban la elección de un emperador hispano como una afrenta hacia el poder tradicional romano.




Al igual que ya ocurría en sus cuatro novelas anteriores, en Circo Máximo el autor nos sitúa ante una realidad salpicada de ficción. Así, desde un primer momento el hilo argumental se teje sobre las guerras contra los dacios enfrentando a un Trajano inteligente y comedido con el rey Decébalo, descrito como un personaje egoísta e idólatra. La decisión por parte del emperador de suspender el pago de la cantidad estipulada por Domiciano años atrás da lugar a una sucesión de ataques por parte de los dacios que encuentran una rápida respuesta en las tropas romanas, hasta que inevitablemente se desata “la ira de Trajano”.






Con los enfrentamientos contra los dacios como telón de fondo se desarrollan otras tres líneas argumentales que, en mayor o menor medida, enriquecen la trama.

En primer lugar, la historia de la vestal Menenia y de qué manera está relacionada con el emperador hace que el lector se enganche a lo largo de las más de mil páginas, a pesar de que en ocasiones aparecen personajes sin un tipo de misión clara. En este caso hay numerosas referencias al mundo de las supersticiones y los dioses en las que se cuentan anécdotas interesantes (como que un determinado sacerdote tuviera prohibido mirar a hombres encadenados o a perros, por ejemplo).




En segundo lugar, el auge de las carreras de cuadrigas aporta una descripción detallada de las costumbres y entretenimientos de la época, aunque por el título pueda esperarse un mayor protagonismo de este espectáculo (quizá el título de la versión italiana, L´Ispano, se adecue más al tema central).






En último lugar, y de manera totalmente anecdótica, se presenta la historia de los cristianos. Se le dedican muy pocos capítulos y de manera bastante espaciada por lo que el lector casi se olvida de que es una parte más; no resuelven nada, no cuentan nada nuevo y ni siquiera presentan una conexión clara con alguno de las demás líneas argumentales. Supongo que, al igual que ocurría con Los asesinos del emperador, estos capítulos responden a una participación real y de mayor importancia en el tercer libro.


El estilo narrativo es similar al de la trilogía de Escipión, se utiliza una gran cantidad de términos latinos traducidos en los anexos finales y cada batalla se apoya en mapas para que el lector pueda tener una visión general. Además, resulta interesante el hecho de que el autor incluya una nota histórica en la que desgrana la parte de realidad y ficción que hay en el libro: básicamente un enfrentamiento entre los hechos históricos y el desarrollo de los personajes.

Precisamente el desarrollo de algunos de los personajes es uno de los puntos fuertes de la novela. Del mismo modo que ya ocurría en la trilogía de Escipión, Santiago Posteguillo tiende a extremar el carácter de los protagonistas, o son buenos, inteligentes y justos o todo lo contrario. Pero en este caso es incluso más importante el tratamiento que se hace de otro tipo de personajes que comienzan siendo secundarios siempre a la sombra del emperador y que poco a poco van adquiriendo un protagonismo propio.

Tal es el caso de Cneo Pompeyo Longino quien, además de ser la persona de confianza de Trajano, protagoniza uno de los amores imposibles de la historia; Plotina, que tras ser retratada en la anterior novela como una esposa respetuosa y amable pasa a conspirar contra su marido; o el arquitecto Apolodoro de Damasco quien, con sus grandes construcciones como la Columna Trajana, el Foro Trajano o el Puente sobre el Danubio (del que sólo se conservan pequeños restos) ha permitido que llegue a nuestros días un pedacito de aquella historia de Roma ocurrida hace casi dos milenios.











Para conocer de qué manera Posteguillo relata el final de la historia no queda más que esperar a la publicación del tercer y último volumen de la trilogía, del que hasta el momento sólo son seguras las guerras contra armenios y partos.

domingo, 12 de enero de 2014

Dispara, yo ya estoy muerto


Hay momentos en la vida en los que la única manera de salvarse a uno mismo
es muriendo o matando”




Con esta frase da comienzo Dispara, yo ya estoy muerto, la quinta y última novela de Julia Navarro, en la que se narra la historia de dos familias separadas por su religión pero profundamente unidas por una amistad que trata de sobrevivir durante generaciones.

La novela comienza en Jerusalén con una entrevista en la que Marian Miller, activista en una organización de refugiados, interroga a Ezequiel Zucker sobre la actual política de asentamientos promovida por el estado israelí. Poco después de empezar, lo que parecía ser una entrevista más acaba convirtiéndose en un relato en el que se entrecruzan dos vidas y tres escenarios cultural y geográficamente muy alejados.




Tras el asesinato de su familia, Samuel Zucker se ve obligado a mudarse con su padre a San Petersburgo para huir de unos pogromos cada vez más comunes en la Rusia zarista. A través de la historia de este personaje la novela hace un repaso por la persecución y marginalidad a las que fueron sometidos los judíos desde finales del siglo XIX en el Imperio ruso hasta la proclamación del Estado de Israel en 1948 y el consiguiente hostigamiento hacia el pueblo palestino.






Esta continua persecución hace que Samuel se debata entre sentirse antes ruso o judío y le sobrevuela una continua obsesión por dejar de lado su religión para así, a los ojos del mundo, convertirse en una persona integrada y aceptada por la sociedad de la época.






Este escenario está enmarcado también por la revolución de las ideas socialistas y anarquistas (Marx y Bakunin), ideas que atraen enormemente a Samuel debido a su concepto abolicionista de clases y religiones. Esto es visto por el protagonista como una vía de escape pero se acaba convirtiendo en una nueva persecución, ya no por motivos religiosos sino políticos. Esta situación supone un cierre de ciclo ya que, aunque no quiera, la religión vuelve a jugar un papel muy importante en su decisión de viajar a la Tierra Prometida.




En este momento la vida de Samuel se cruza con la de Ahmed, un palestino que ve como sus tierras son compradas por unos judíos, Samuel entre ellos, que traen consigo las ideas socialistas gestadas en el imperio ruso: establecen “colonias agrícolas” pero compartiéndolas con el prójimo (sean cuales sean sus creencias) y renunciando a cualquier propiedad individual.

A partir de este momento la historia se divide en dos narraciones con puntos de vista diferentes ante las mismas situaciones. Se mezclan vidas de judíos para quienes la religión es el motor de su vida y judíos para quienes el serlo supone una gran carga, lo que lleva a un desarraigo permanente con respecto a su patria y a su religión. También son protagonistas los palestinos quienes, bajo el yugo de los sultanes otomanos primero y los británicos después, sueñan con formar una patria árabe independiente.

Todas estas historias tienen como nexo de unión tres momentos en la historia de los pueblos judío y palestino: los pogromos en el imperio ruso de finales del siglo XIX, la I Guerra Mundial y la II Guerra Mundial. Aunque en todo el libro se trata de exponer los hechos desde dos puntos de vista muy diferentes no todos son contados con la misma intensidad; mientras las consecuencias de la I Guerra Mundial se hacen más visibles en la parte musulmana, la II Guerra Mundial es íntegramente contada desde el punto de vista de los judíos, pero no sólo desde el papel de las víctimas, sino también desde el de aquéllos que lucharon contra el nazismo.




En un principio puede parecer que se trata de la eterna lucha entre israelíes y palestinos pero en realidad parte de una visión mucho más humana, de cómo las circunstancias hacen que las diferencias religiosas y políticas entre dos pueblos puedan salvarse o, por el contrario, terminen por separarlos aún más.

En este escenario se desenvuelven multitud de personajes a medida que van pasando los años. Los protagonistas, Samuel y Ahmed, son quizá los más complejos, están llenos de dudas e inseguridades que acaban por forjar personalidades frías y duras que en ciertos momentos llegan a rozar la insensibilidad. El resto de personajes responde a la perfección a todos los perfiles que la historia va necesitando a medida que avanza: el espía, el integrante de grupo armado, el primer amor, el amor imposible, etc.


Finalmente, el desenlace se construye de manera cuidada, dando lugar a sorpresas finales pero creando un círculo sin principio ni fin en un conflicto real en el que ninguna de las partes está exenta de dolor y sufrimiento, ya sea actual o pasado.