miércoles, 23 de octubre de 2013

Los Hijos de la Tierra


A los 16 años, buscando algo qué leer, descubrí en casa de mis abuelos un libro titulado “El clan del oso cavernario” (1980). No tenía ninguna referencia acerca de él más allá de una lista llena de títulos que nos había pasado la profesora de Filosofía, pero recuerdo que por aquel entonces me decidí por “La historia interminable”.

El libro tenía ya unos cuantos años, la sobrecubierta estaba arrugada y desgastada en las esquinas y en ningún momento pensé que aquella novela, con los años, acabaría convirtiéndose en una de mis favoritas. Recuerdo que la trama y el ritmo de la narración me engancharon desde el primer momento, tanto que me llevó a seguir leyendo sus secuelas: “El valle de los caballos” (1982), “Los cazadores de mamuts” (1985) y “Las llanuras del tránsito” (1990). Un par de años más tarde se publicó el quinto libro que por supuesto compré y empecé a leer, pero por algún motivo acabé dejándolo, lo encontraba un poco repetitivo en ciertos puntos y no terminó de gustarme.

Hace aproximadamente mes y medio decidí acabar lo que un día había empezado y un jueves por la noche empecé a leer “Los refugios de piedra” (2002). Tengo que reconocer que pasados unos meses mi memoria es capaz de borrar por completo tramas y personajes, por lo que me encontré con relaciones familiares, nombres y anécdotas que recordaba muy vagamente, si las recordaba. Por eso tomé la decisión de volver al principio y releer aquellas novelas que tanto me habían gustado, a las que habría que sumar el último título: “La tierra de las cuevas pintadas” (2011).

Cerca de 5000 páginas después siento un vacío y cierta nostalgia a la que le gustaría alimentarse de otras 5000 páginas más.




Siempre me ha gustado la Historia y la Prehistoria es, sin duda, la etapa que más me llama la atención. Tratar de reconstruir cómo ha vivido y evolucionado el ser humano tanto biológica como tecnológicamente hace tantos miles de años me parece una labor más que interesante aunque complicadísima ya que, al fin y al cabo, se trata de explicar cómo hemos llegado a ser lo que somos. En este sentido, la saga “Los hijos de la Tierra” trata de enmarcar en sus seis libros ciertos avances y descubrimientos concretos de nuestros antepasados a través de sus protagonistas, quienes hacen frente a un mundo marcado por condiciones climáticas y de supervivencia extremas.

Pero empecemos por el principio.

Con apenas cinco años Ayla, una niña cromagnon, se encuentra sola y perdida en un mundo desconocido. Un gran terremoto ha provocado la muerte de las personas con las que vivía y ha dado lugar a bruscos cambios en el paisaje. Tras varios días tratando de sobrevivir es encontrada por Iza, una mujer perteneciente al Clan, un grupo de Neandertales que también ha sufrido las consecuencias del seísmo. A partir de este momento y no sin grandes dificultades, Ayla trata de adaptarse a un modo de vida y unas costumbres que le son ajenos, lo que da lugar a una serie de conflictos que la obligan a abandonar el Clan con el objetivo de encontrar a sus semejantes, a quienes conoce como los Otros. Tras varios años viviendo sola conoce a Jondalar, la primera persona de su especie a la que ve y juntos comienzan un viaje que los llevará muy lejos de allí, de vuelta al hogar de Jondalar, un viaje en el que conocerán diferentes gentes y culturas, desarrollarán avances tecnológicos y aprenderán a aceptarse el uno al otro.




A través de las seis novelas somos partícipes de distintas etapas en la vida de la protagonista. La primera parte (“El Clan del oso cavernario”) es sin lugar a dudas la mejor de todas y aunque el nivel se mantiene bastante alto en las tres siguientes (“El valle de los caballos”, “Los cazadores de mamuts” y “Las llanuras del tránsito”), la saga pierde fuelle en los dos últimos títulos (“Los refugios de piedra” y “La tierra de las cuevas pintadas”), tanto que en ciertos puntos parece incluso que se recurre a un corta y pega para rememorar por enésima vez anécdotas leídas hasta la saciedad. Esto es el resultado de un ritmo narrativo cambiante; en un principio se describen de manera pormenorizada escenarios, protagonistas y actividades, lo que da lugar a que el lector se haga una idea de como pudo haber sido la vida hace 35.000 años. Pero estas descripciones, que ayudan a poner en situación al lector, en “Las llanuras del tránsito” llegan a convertirse en un inconveniente cuando la trama avanza de manera mucho más lenta en beneficio de la descripción de un paisaje paleolítico hasta el detalle más nimio. Es verdad que hasta cierto punto eso se agradece (hoy en día cuesta imaginar un prado en el que la hierba mida más de dos metros de alto, por ejemplo) pero llega un momento en el que desafortunadamente se vuelve tedioso y denso.

Todo este afán descriptivo hace sin embargo que valore la saga como una buena recreación del mundo de hace miles de años. Es verdad que en ciertos aspectos chirrían las licencias históricas pero al fin y al cabo el ritmo narrativo consigue hacerte sentir en la piel de un hombre del Paleolítico ya sea cocinando o en un viaje espiritual tras haber ingerido setas alucinógenas. Hay que tener en cuenta que estas licencias responden simplemente al hecho de querer condensar de una manera literaria miles de años: nadie daría por sentado, por ejemplo, que tantos avances tecnológicos se hayan producido en apenas veinte años o que los Neandertales se comunicaban exactamente de la manera en que se describe.

Con respecto a esto considero que el verdadero punto fuerte de la saga es la convivencia entre Neandertales y Homo Sapiens. A lo largo de las seis novelas hay un marcado interés por establecer diferencias y similitudes, no sólo físicas sino también en cuanto al comportamiento, a las creencias, al sentido de status o al papel del hombre y la mujer y, sobre todo, al sentimiento de superioridad por parte del Homo Sapiens. Parece evidente que ha habido un amplio trabajo de investigación previa y de hecho se sabe que algunos de los personajes y objetos a los que se hace referencia tienen su paralelo en ciertos hallazgos arqueológicos.




Por su parte los personajes principales están tratados con un mismo filtro a pesar de que su evolución cada vez se aleja más a medida que avanza la historia. Forman una pareja perfecta en la que hay amor, sexo y más amor...y más sexo (no sé cuántas veces se hace referencia a las “manos expertas” de Jondalar). Ayla y Jondalar son guapos, altos, rubios, de ojos azules y además son los mejores en todo lo que hacen (ella como curandera y él como tallador de pedernal). Con estas descripciones pueden parecen perfiles un tanto inverosímiles pero lo compensa su tratamiento psicológico, ya que ambos deben pasar por distintas situaciones que sacan a relucir celos y rencores. Vamos, como la vida misma.

A pesar del bajón argumental de las dos últimas novelas (no pienso ni mucho menos que sean malas, como he leído en algún que otro blog) quiero pensar que “La tierra de las cuevas pintadas” no es el libro que cierra la saga...supongo que después de seis libros es normal.

2 comentarios:

  1. "El clan del oso cavernario" es una de mis novelas favoritas. Las otras me gustaron menos en parte por ser un poco reiterativas. "La tierra de las cuevas pintadas" no sabía que existía. ¿Merece la pena leerla?

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  2. Sí merece la pena, aunque ésta quizá tiene demasiadas descripciones de cuevas y rituales místicos. Si hace tiempo que leíste el resto aquí vuelve a repetir todo lo que pasó así que en ese sentido es un buen recordatorio :)

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