El Médico (1986) es la
cuarta novela del escritor estadounidense Noah Gordon y la primera de
la saga dedicada a la familia Cole.
A comienzos del siglo XI
la vida de Rob J. Cole transcurre en Londres, una ciudad en los
albores de su expansión aunque gris, mugrienta y embrutecida. De
manera casi consecutiva sus padres mueren y se ve obligado a
separarse de todos sus hermanos. Casi completamente desahuciado es
recogido por Barber, un cirujano-barbero-malabarista que viaja por
Inglaterra tratando de curar todo tipo de dolencias con su Panacea
Universal.
Durante varios años Rob
aprende el oficio y descubre que sanar a los enfermos es más que una
vocación, es un don, un sexto sentido cuyo desarrollo acaba por
convertirse en el gran objetivo de su vida. A partir de este momento
decide emprender un largo y peligroso viaje a la lejana Persia, donde
el erudito Avicena dirige una de las escuelas de medicina más
importantes del mundo.
El Médico se divide en
siete partes que relatan los momentos más importantes de la vida de
Rob. La primera de ellas, relativa a su aprendizaje como cirujano
barbero, es la más larga y personalmente también la más tediosa.
Aunque se hace referencia al afán del protagonista por aprender y
por conocer el por qué de las enfermedades y su cura, y a cómo se
entera de la existencia de la escuela persa, casi todos los capítulos
se centran en el espectáculo llevado a cabo por el maestro y el
aprendiz en cada pueblo, algo más o menos constante y con una mínima
evolución que lo que hace es que el lector (por lo menos en mi caso
fue así) pase capítulo tras capítulo deseando que Rob se decida a
emprender el viaje que tanto anhela.
El final de esta primera
parte marca el comienzo de su relación con la religión judía, que
se convierte en el único nexo de unión entre su Inglaterra natal y
su destino en Persia. A lo largo de todo el relato se hace una
recreación bastante pormenorizada de las costumbres judías
incluyendo además gran cantidad de vocablos propios (aunque algunos
de ellos no estén traducidos ni explicados). Por pura necesidad Rob
observa y aprende.
Desde el principio hay un
gusto constante por mostrar la fe judía como una religión férrea,
llena de normas y prohibiciones (en el libro ningún judío es capaz
de dar una explicación más allá de que es “lo que dice la Torá”)
y que trata insistentemente de distinguirse lo máximo posible de
cualquier otra religión, principalmente del Cristianismo. En
ocasiones parece incluso que se trata de justificar tal animadversión
mediante un discurso un tanto victimista en ciertos aspectos. Aunque
no conozco todas las novelas de Noah Gordon algunas de ellas están
protagonizadas en mayor o menor medida por judíos, y el hecho de que
él mismo haya nacido en el seno de una familia de origen judío
puede servir como pequeña explicación a esta perspectiva.
A medida que la novela
avanza y adquiere un carácter más cosmopolita se hace un retrato
muy interesante acerca de la confluencia entre cristianos, judíos y
musulmanes en la ciudad de Ispahán. Sus relaciones en el día a día, lo que opinan unos de
otros o su convivencia en un mismo espacio aderezan la narración
aunque no estén tratados con el mismo rigor: de los cristianos
apenas hay referencias más allá de una existencia marginal tanto
para el autor como para los personajes.
El personaje de Rob está
en constante evolución, tanto física como psicológica. Mientras en
un principio se presenta como un niño perteneciente a una familia
pobre sin más pretensión que aprender a leer de manos de su madre y
seguir los pasos de su padre como carpintero, poco a poco se va
mostrando como un ser de una gran inteligencia y ambición que hace
todo lo que está en su mano por alcanzar sus objetivos.
Existen tres aspectos
recurrentes en la evolución del protagonista: la nostalgia por el
mundo romano (se lamenta de que todos sus avances hayan quedado
velados en la Edad Media por un halo de ignorancia y sometimiento),
sus aptitudes artísticas y una constante búsqueda del conocimiento.
Nos encontramos ante un Rob casi casi humanista.
Si antes hablaba de la
rigurosidad en el retrato de costumbres y tradiciones, no puede
decirse lo mismo del escenario histórico de la novela. El propio
autor especifica que no pretendía crear una novela rigurosamente
histórica y que, por tanto, puede haber ciertas licencias en cuanto
a fechas y protagonistas. No son muchos los hechos históricos a los
que se hace alusión pero Pompeyo y César no vivieron en el siglo
III d. C. y aunque Juan XIX era el Papa de la época no era
contemporáneo de Alejo IV, que vivió siglo y medio más tarde.
En definitiva, se trata
de una novela muy recomendable cuya adaptación al cine se estrenará
el próximo 25 de diciembre. Y por cierto, la elección de Ben
Kingsley para el papel de Avicena no pudo haber sido más acertada.