domingo, 24 de noviembre de 2013

El Médico


El Médico (1986) es la cuarta novela del escritor estadounidense Noah Gordon y la primera de la saga dedicada a la familia Cole.




A comienzos del siglo XI la vida de Rob J. Cole transcurre en Londres, una ciudad en los albores de su expansión aunque gris, mugrienta y embrutecida. De manera casi consecutiva sus padres mueren y se ve obligado a separarse de todos sus hermanos. Casi completamente desahuciado es recogido por Barber, un cirujano-barbero-malabarista que viaja por Inglaterra tratando de curar todo tipo de dolencias con su Panacea Universal.

Durante varios años Rob aprende el oficio y descubre que sanar a los enfermos es más que una vocación, es un don, un sexto sentido cuyo desarrollo acaba por convertirse en el gran objetivo de su vida. A partir de este momento decide emprender un largo y peligroso viaje a la lejana Persia, donde el erudito Avicena dirige una de las escuelas de medicina más importantes del mundo.




El Médico se divide en siete partes que relatan los momentos más importantes de la vida de Rob. La primera de ellas, relativa a su aprendizaje como cirujano barbero, es la más larga y personalmente también la más tediosa. Aunque se hace referencia al afán del protagonista por aprender y por conocer el por qué de las enfermedades y su cura, y a cómo se entera de la existencia de la escuela persa, casi todos los capítulos se centran en el espectáculo llevado a cabo por el maestro y el aprendiz en cada pueblo, algo más o menos constante y con una mínima evolución que lo que hace es que el lector (por lo menos en mi caso fue así) pase capítulo tras capítulo deseando que Rob se decida a emprender el viaje que tanto anhela.

El final de esta primera parte marca el comienzo de su relación con la religión judía, que se convierte en el único nexo de unión entre su Inglaterra natal y su destino en Persia. A lo largo de todo el relato se hace una recreación bastante pormenorizada de las costumbres judías incluyendo además gran cantidad de vocablos propios (aunque algunos de ellos no estén traducidos ni explicados). Por pura necesidad Rob observa y aprende.

Desde el principio hay un gusto constante por mostrar la fe judía como una religión férrea, llena de normas y prohibiciones (en el libro ningún judío es capaz de dar una explicación más allá de que es “lo que dice la Torá”) y que trata insistentemente de distinguirse lo máximo posible de cualquier otra religión, principalmente del Cristianismo. En ocasiones parece incluso que se trata de justificar tal animadversión mediante un discurso un tanto victimista en ciertos aspectos. Aunque no conozco todas las novelas de Noah Gordon algunas de ellas están protagonizadas en mayor o menor medida por judíos, y el hecho de que él mismo haya nacido en el seno de una familia de origen judío puede servir como pequeña explicación a esta perspectiva.

A medida que la novela avanza y adquiere un carácter más cosmopolita se hace un retrato muy interesante acerca de la confluencia entre cristianos, judíos y musulmanes en la ciudad de Ispahán. Sus relaciones en el día a día, lo que opinan unos de otros o su convivencia en un mismo espacio aderezan la narración aunque no estén tratados con el mismo rigor: de los cristianos apenas hay referencias más allá de una existencia marginal tanto para el autor como para los personajes.

El personaje de Rob está en constante evolución, tanto física como psicológica. Mientras en un principio se presenta como un niño perteneciente a una familia pobre sin más pretensión que aprender a leer de manos de su madre y seguir los pasos de su padre como carpintero, poco a poco se va mostrando como un ser de una gran inteligencia y ambición que hace todo lo que está en su mano por alcanzar sus objetivos.

Existen tres aspectos recurrentes en la evolución del protagonista: la nostalgia por el mundo romano (se lamenta de que todos sus avances hayan quedado velados en la Edad Media por un halo de ignorancia y sometimiento), sus aptitudes artísticas y una constante búsqueda del conocimiento. Nos encontramos ante un Rob casi casi humanista.

Si antes hablaba de la rigurosidad en el retrato de costumbres y tradiciones, no puede decirse lo mismo del escenario histórico de la novela. El propio autor especifica que no pretendía crear una novela rigurosamente histórica y que, por tanto, puede haber ciertas licencias en cuanto a fechas y protagonistas. No son muchos los hechos históricos a los que se hace alusión pero Pompeyo y César no vivieron en el siglo III d. C. y aunque Juan XIX era el Papa de la época no era contemporáneo de Alejo IV, que vivió siglo y medio más tarde.

En definitiva, se trata de una novela muy recomendable cuya adaptación al cine se estrenará el próximo 25 de diciembre. Y por cierto, la elección de Ben Kingsley para el papel de Avicena no pudo haber sido más acertada.









lunes, 11 de noviembre de 2013

Todo lo que cabe en los bolsillos


Nueva York, 2009. Mika, en compañía de su nieto Daniel, se dirige al Museo de Historia Natural cuando de repente su mirada se cruza con un cartel que anuncia la función de un teatro de marionetas: El titiritero de Varsovia. Esas cuatro inofensivas palabras le hacen estremecerse y siente que los recuerdos se agolpan en su mente, demasiado dolorosos como para seguir guardándolos por más tiempo. Es el momento de que su nieto conozca su verdadera historia.




Varsovia, 1938. Nacido en una familia judía Mika es un niño feliz, vive con su madre y su abuelo en un piso situado en el barrio antiguo de la ciudad, le gusta ir al colegio y pasa las tardes jugando con sus amigos en la calle.

Pero esta felicidad se trunca en el momento en el que comienzan los primeros bombardeos. Tras una breve resistencia la ciudad se rinde a la superpotencia nazi y pronto empiezan a entrar en vigor nuevas normas que irremediablemente coartan la libertad de todo judío. Se les prohíbe entrar en cafeterías y museos, pasear por los parques, viajar en tranvía e incluso caminar por la acera. Esta tensa situación se mantiene hasta que a finales de 1940 todos los judíos son confinados en un minúsculo espacio de la ciudad, un “gueto” en el que la gente vive hacinada y abandonada, sin recursos y acuciada por un debilitamiento físico y psicológico constante (el propio Hitler había afirmado que “sin duda los judíos son una raza, pero no humana”, por tanto, no había necesidad de tratarlos como a tales).




En medio de este clima de pobreza, injusticia y desesperación extrema un abrigo de paño negro y una pequeña marioneta se convierten en la única vía de escape. Poco a poco, el interior del abrigo se va llenando de bolsillos de todos los tamaños en donde se guardan los bienes más preciados de una vida a la que prácticamente se lo han quitado todo.




La historia se construye en base a dos personajes fundamentales, Mika y Max, que representan el efímero mundo judío dentro del gueto y la opulencia y superioridad germana. A lo largo del relato sus vidas se cruzan y se separan en función de los acontecimientos pero siempre manteniendo a la marioneta como protagonista común. Estos personajes permiten conocer la historia desde dos puntos de vista aparentemente muy alejados y durante un período de tiempo bastante amplio, lo que nos acerca a unas psicologías en las que afloran miedos, aflicciones y traumas pero también comprensión, solidaridad y una persistente lucha por la supervivencia.

El hilo en el que se entretejen ambos testimonios lo constituyen el abrigo y la marioneta, a los que se les dota de vida propia. La prenda simboliza la vida en sí misma, todo aquello que tiene algún tipo de importancia y se resiste a quedar atrás, mientras que la marioneta se emplea para sacar a flote los pensamientos más profundos, las reflexiones de quien se ve obligado a vivir una vida que no eligió.

Pero existen otro tipo de simbolismos, ya que es característico el tratamiento que hace Mika con respecto a la figura de los alemanes. Al igual que éstos consideran a los habitantes del gueto como una masa gris e impersonal, sucia y carente de virtud, ellos son comparados de manera recurrente con las ratas, curiosamente un animal al que normalmente no se le atribuye ningún tipo de estímulo positivo. Salvando las distancias, puede recordar en cierto modo a lo que ocurre en Maus, en el que los nazis son representados bajo la forma de gatos, ensalzando su actitud déspota, egoísta y arrogante.

Algo que me sorprendió fue el cambio que se hizo en la traducción del título. El original es El titiritero de Varsovia, lo que convierte a Mika en el verdadero protagonista de la historia, el que rige los designios de la vida de la marioneta. Sin embargo, en su traducción al castellano se ha optado por Todo lo que cabe en los bolsillos, lo que a mi juicio supone un intercambio en los papeles, ya que en este caso parece ser la marioneta (con el abrigo como refugio) la que lleva las riendas. Pero ¿quién sabe?, tal vez se trate sólo de una percepción personal y que, sin duda, nada cambia el hilo argumental.

En definitiva, Todo lo que cabe en los bolsillos, la primera novela de Eva Weaver, es un relato corto pero intenso, de lectura ágil en la que la última frase de cada capítulo se emplea para abrir un nuevo horizonte, lo que hace imposible no seguir leyendo.